Mi segunda rotación del Internado. Desde que era estudiante de Medicina (¡hace un año!) la esperaba con ansias, tanto que me habían gustado mis clases de Pediatría en octavo semestre y tan bien que me caen los niños (y tanta la paciencia que a veces llego a tener), pero desde un inicio se me quitaron las ganitas al conocer a la titular, ceñuda, estricta y viéndome con ojos serios a la vez que decía "para el servicio de Pediatría tiene que ir siempre con playera/camisa blanca, ¿entiende doctora?"
Pensé que solo sería una mala impresión, pero no estuve tan errada. Desde el primer día, muchas imposiciones, siendo considerados como mandaderos y haciendo notas; sé que pude haber aprendido más, pero me faltó un poco de disposición y otro tanto de contacto con mis R1, las cuales además de ser mujeres (equivalente a estrógeno, equivalente a potenciador de chismes, equivalente a que todo el mundo se enteraba de todo lo que hacías justo al momento), sentían que todo lo sabían (cuando bien podía ser todo lo contrario, aunque he de decir que la R1 de mis guardias sabía bastante y era muy ordenada, aunque en el fondo ella no quería ser pediatra). Simplemente el ambiente no se me dio, y yo o sentía que encajara del todo, y me gustaría pensar que fue por el lugar y no fui yo, a pesar de que leía, hacía mis casos clínicos lo mejor que podía y empecé a consumir metilfenidato (!) para no quedarme dormida en clases y que se me regañara duramente por ello, simplemente no me sentía en mi lugar. Solamente fui feliz en las consultas de Neuropediatría (a pesar de cabecear), donde me enamoré del amplio mundo de la Epilepsia y demás temas de aquella subespecialidad, y en Tococirugía, reanimando recién nacidos a todas horas. De lo demás no, incluso me alegré de haber tenido vacaciones en esa rotación.Y mientras, mi vocación de Pediatra fue sacudida, tal vez el destino la ponga en su lugar (aja).
2/6
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