El primer servicio de mi Internado Rotatorio de Pregrado. El horror en cuánto me enteré, aunque a la vez un poco de alivio, puesto que quería iniciar con lo que menos me gustaba (hasta ese entonces), y un poco más de horror aún con eso de entrar automáticamente el 1° de Julio (domingo) y tener guardia (la tan poco querida guardia B, la que más trabaja y la que tiene a los peores residentes -dicen-), sabiendo yo poco (¡nada!) de cosas del diablo y la Tococirugía. Afortunadamente, mi compañera de guardia es también mi compañera de casa, y sabe mucho de muchas cosas y siempre me echa la mano (siendo todo lo contrario a mi otra compañera de guardia, la cual no se apareció ese día, debo decir), y sobrevivimos. Posteriormente ya fui aprendiendo, ya fuera por rebosamiento, por leer, por las clases (en aquellos minutos donde no me quedaba dormida), los residentes (especialmente la R1 de mi guardia, quien, a pesar de que luego parecía que te delegaba todo por pereza, en realidad era para ver que tanto podías dar) o por los propios compañeros, los cuales debo decir, son (somos) una gran rotación y la mayoría nos llevamos bien, aunque tengamos de por medio una oveja negra (sin comentarios, no merece que se mencione algo de ella). Finalmente, unos 20 partos y unas 20 guardias después (aproximadamente ambos), si bien no salí siendo una ginecóloga experta, terminé queriendo un poquito más esa especialidad, sobre todo los partos y su adrenalina. Me costó 2 camazos (y sus respectivos pasteles), y pasar del temor, odio y cariño a las gorditas y sus bebés, pero valió la pena. En el fondo, me hacía feliz estar en Tococirugía, y poder ayudarles a las señoras a que dieran a luz, y que pujaran con todas sus fuerzas ("¡con el estómago, no con la garganta señora!") para que saliera su pequeño/a, fuera primigestas, muligestas, con episio (cada vez mis suturas fueron siendo mejores y al final terminaban como quinceañeras con experiencia) o sin ella; todo eso valía la pena, aunque cada guardia yo deseara que no llegara nadie, y sufría al ver como pasaban las pacientes a valoraciones, y de repente ya tenían puesta la batita verde y las botitas azules y se sentaban en la banquita que dividía el área quirúrgica del área de consultorios, con ligeras contracciones y cara de inocencia, antes del tan conocido (y temido, y a veces odiado) grtito de: "¡Paciente a labor!". Como lo soñaba, eso y el ruido del cadiotocógrafo. Pero me gustó, y mucho (pero no quiero ser ginecóloga, lo demás de las cesáreas y control del embarazo y otros acompañantes no me terminó de entrar ni de gustar), tanto que en secreto, cuando rote por Medicina Familiar, me gustaría que me mandaran de nuevo como apoyo, especialmente porque para ese tiempo, a Lennon le tocará rotar por ahí, y podríamos hacer guardias juntos, como cuando estábamos en la carrera, awww.
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