En esas estaba cuando me acordé de como un día antes le había presumido a un primo "Ay sí, sin maquillaje me veo más chica", a lo que toda la familia en aquella reunión se había reído. Bajo el efecto del aplastante calor y mis tonterías adolescentes pensé que estaba bien lejos de la realidad ese comentario: en realidad ya me veo bien vieja y decadente, como a mis ** años corresponde (ok, 20) y si no me arreglo un poco la cara parezco un cadaver-de-mapache-viviente por las ojerotas y la palidez. Ni aunque me peine en 2 coletas ayuda; incluso la altura igual y ya no corresponde tanto a la de alguien de unos años menos que yo (como mi hermana, aunque ella esté casi de mi altura, con miras a superarme). Tras mis tristes conclusiones iba de regreso a casita, cilantro en mano y adecuándome a mis crisis imaginarias de la edad, las cuales vienen y van. A lo lejos, poco a poco aparecieron en mi campo visual 2 tipos, de unos 16-17 años. Pubertos y presumiditos como ellos sólos, con ese aire de petulencia típico de los patanes y guarros de esa edad (porque hay excepciones y a veces no todos los adolescentes son petulantes, por más ello puro que sean). Como siempre y con casi toda la gente, evite su mirada y seguí adelante cuando pasé a su lado y uno de ellos habló y me miró:
"Tengo un chingo de calor; yo creo que necesito una novia, pero no sé en donde conseguirla."
Y pues, por más guarro que haya estado el comentario y su locutor, no dejo de ser algo muy parecido a un piropo puberto hacia mi juvenil y adulta belleza persona. ¿Y saben qué? Con cabello despeinado, calor sofocante, maquillaje cero, sueño y fastidio, de repente puedo captar la atención de uno que otro individuo.
Me sentí taan halagada (no; bueno, sí).
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