Casi todas las noches, sin muchas variantes ni excepciones, sigo más o menos la misma rutina: me quito los lentes de contacto, me desmaquillo (o me limpio la cara si es que no me puse maquillaje), me cepillo el cabello, me pongo la pijama, hago un poco de zapping en la televisión o me pongo a ver algún programa, y me duermo.
Y también todas las noches (en las cuales no caigo rendida por un excesivo cansancio y simplemente pongo la cabeza en la almohada y desaparezco) me duermo pensando en ti. No en el aspecto que cierre los ojos, ponga una sonrisa boba y empiece a decir para mi misma "Ay mi misma, lo quiero tanto por ser tan noble y tan encantador y el ser más perfecto sobre la faz de la cochina tierra", sino que me acomodo del que pienso que será mi lado de la cama cuando mi cama pueda tener dos lados, y pienso divago sobre como estuvo mi jornada, acomodándola en un universo paralelo en donde ya estamos juntos bajo el mismo techo, y entonces, sólo entonces cierro bien fuerte los ojos, e imagino que tu estás a mi lado, y que también ya te vas a dormir (aunque seguramente te vas a desvelar una vez más y tal vez llegarás tarde); levantas el edredón, las sábanas y las cobijas (porque, como sé que me conoces, ya has de saber que tengo 2 cobijas en mi cama a pesar de estos calores infernales de primavera retorcida) y te acomodas a mi lado, el cuál es el lado derecho y el tuyo el izquierdo. Yo me acomodo en tu imaginario hombro de tu imaginario cuerpo en mi cuarto (pues tu no-imaginario cuerpo está a varios kilómetros), e imaginariamente hablamos sobre nuestro día (el día que hace cada quien y el día que hacemos juntos, que al final se vuelve el mismo día). Me sigo acomodando conforme voy entrando al sueño, y si me volteo para un lado imagino como estarías tú, ya sea dejando que te abrace y usándote como almohada, o simplemente abrazando mi cintura y pegándote a la parte posterior de mi cuello, besando mi cabecita despeinada como sueles hacer espontáneamente (lo cual me fascina).
Y así me voy quedando dormida.