lunes, enero 7

Taquicardia.

Entre que releía Rayuela (capítulo 21, página 114 de la 14º reimpresión de la Editorial Alfaguara, en el año 2000..) y esperaba paciente su llegada, me dio por pensar, o más bien recordar varias situaciones, de las tantas en las que mi fisiología se ha visto involucrada en aquella serie de anomalías que causa su persona, casi desde que le conozco. El temblor de piernas, la lengua trabada, el habla rápida e incomprensible, las manos también temblorosas, y seguramente también unas mejillas entomatadas, no sé si él se diera cuenta. El temblor y la lengua de trapo se fueron de a pocos, pero lo que quedaba (y seguirá quedando), a la hora del encuentro, o de saber que podría verle, era ese latido loco del corazón, la taquicardia que me inspiraba (y me sigue inspirando) su persona, ese incontrolable conjunto de sístole-diástole-sístole-ya pronto va a llegar-diástole-ya está aquí. No recuerdo que me hubiera pasado con tanta fuerza, ni aunque estuviera más que segura de que lo vería (aún estando juntos). Todavía me sigue pareciendo increíble, sobre todo al pensar en él, o recibir sus mensajes, o esa dulce espera, donde por breves segundos temo que me dé un paro, de tanto que late mi corazón.
En este poco tiempo, dos veces esta taquicardia ha sucedido con una mayor intensidad, o quizás son las veces que más tengo presentes.
La primera, fue en el metro.
Al bajarme, y notar que no estaba (bajo el reloj de la estación Chapultepec, dirección Observatorio), traté de dirigir todos mis impulsos cardiacos a una calma relativa, y distraerme con la gente que entraba de los vagones, que salía de los vagones, todos esos movimientos regidos bajo un patrón curioso: las puertas de metal se abren, la gente sale (como si fuera empujada por la mano invisible de la prisa), y la gente entra (empujada hacia adentro por la otra mano invisible de la prisa, tal vez ésta sea la izquierda, y aquella la derecha), algunas entrecruzando sus rutas distraídamente. Y yo a la deriva de ese vaivén, observando en silencio (casi nada relativo, pues en la periferia abundaba el ruido que hace la gente, y en el centro el de mi música), devorando con los ojos cada vagón que se detenía (pues su persona tenía que estar, iba a estar ahí), hasta que pude reconocerle, y si entonces mi corazón latía desesperadamente, el por fin divisarlo entre la multitud, y esperar ansiosamente a que saliera y me viera, hizo que mi pequeño órgano casi se saliera de mi pecho, de felicidad, de emoción, de amor.
Y es maravilloso cuando me doy cuenta que tu corazón también late así.
¿Será que te esperaba, pero no sabía que te estaba esperando porque pensaba que siempre se esperaba con el alma aletargada y deshaciéndose en suspiros de añoranza?
La segunda fue hoy, tras una decena de días de no verle, pero con días de ansiedad retrasada, y sístoles-diástoles-espero impaciente-presencia en ausencia, y esa emoción, esa ansia, esos nervios. No lo veía desde al año pasado, que dramática.
El refrenar los latidos fue de rigor, pero en cuanto la lección (Alemán) acabó, el pum-pum, tú-yo, al-fin, se dio como siempre, y se pudieron volver a sentir las piernas temblorinas y los ojos brillantes, y no era para más, si al bajar las escaleras y mirar en todos lados, aguardaba tras una columna, una sonrisa amplia y unos ojos que también brillaban, las señales indicadas para ir a dar en sus brazos y no dejar de dilatar y contraer las valvas a toda velocidad; te-ex,tra-ñé.
Y es por ti, Lennon:
Que te espero con el corazón saltarín y los ojos soñadores (de haber visto, como pude sentir -aunque no sea anatómicamente posible- que el corazón me dió un vuelco y se acomodó nervioso en el fondo de mi diafragma, cuando creí haberte visto y resultó que te había confundido, por la emoción, por el soñar con los ojos bien abiertos), y que ya no pienso tanto en el mañana (porque no, quiero disfrutar tanto el día de hoy), pero a la vez presiento que podrías estar en mi futuro (una promesa me da la corazonada indicada), no importa como suene.
Y fin.
I wait for you, oh, most patiently.

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